domingo, 26 de mayo de 2013

Elsa y yo


Cuando estaba en quinto grado de la escuela primaria, tuve que memorizar un poema. El libro de lectura se llamaba Travesía 5, y el poema en cuestión, según lo recita veintilargos años después mi memoria, empezaba así “Ay, qué disparate/ se mató un tomate/ ¿Quieren que les cuente?/ Se arrojó a la fuente/ sobre la ensalada/ recién preparada/ Su rojo vestido/ todo descosido / cayó haciendo arrugas/ a un mar de lechugas” y no recuerdo más. Era un poema largo. No sé si finalmente logré aprenderlo de memoria. Pero no quiero hablar del poema. Quiero hablar sobre su autora.
En medio del ejercicio de memorización, desvié mi vista de los versos y leí Elsa Bornemann. Elsa Bornemann. Elsa Bornemann. Yo había visto ese nombre escrito en otro lugar. Fui a fijarme. Tomé de la biblioteca de mi habitación un libro que muchas veces había estado en mis manos. Era una antología que se llamaba Cuentos para que los chicos se emocionen y sí, efectivamente, en la tapa del libro, entre otros nombres, estaba el de esta autora.
Me gustaba mucho un cuento de ese libro. Lo releía cada tanto. Era la historia de un niño que observaba a un ciervo para dibujarlo y que un día, el día menos pensado, siguiendo a su modelo vivo vio como un cazador lo mataba. La primera vez que lo leí lloré. Y creo que lo releía cada tanto buscando revivir esa sensación, esa conmoción, ese temblor, que ninguna otra lectura hasta entonces me había producido. ¿Sería Elsa Bornemann la autora de El día menos pensado? ¡Sí!
Tomé otro libro de la biblioteca, otra antología. Caramelos surtidos. Fui derecho a la página donde estaba mi caramelo preferido, el que me trasportaba al aire levemente,  como empujada por un suspiro. Uno más uno. Autora: Elsa Bornemann. ¡Qué coincidencia!
Volví al libro de lectura. Leí el poema. No ya con afán de memorizarlo sino buscando eso que Elsa sabía hacer. Y sí, ahí estaban las imágenes, la gracia, el ritmo, las rimas.
Me acuerdo que fui a la cocina y, acodada sobre la mesada, le conté a mi mamá que había descubierto que Elsa Bornemann era mi escritora favorita. Lo dije con un tono entre orgulloso y solemne. No sé qué esperaba que me contestara. Yo la había oído varias veces expresar su predilección por Gabriel García Márquez. Tener mi escritora favorita era algo importante, era como, no sé, ser más grande.
Lo cierto es que yo no conocía muchos más escritores. Si bien había leído ya algunos cuentos, nunca reparaba en los autores. Ningún niño lo hace. Yo supe siendo ya mayor quién había escrito Pinocho, quién Peter Pan, y dudo que haya sido meramente por haber conocido en principio adaptaciones de esas novelas y  no sus versiones originales. Lo primero que disfrutamos los niños son cuentos anónimos, de tradición popular, oral. La literatura de autor es una cosa de grandes. Y quizá, a esta altura, una cosa de viejos, una incipiente antigüedad. Pero no quiero irme por las ramas, quiero hablar de Elsa, la primera que me hizo temblar.
Fue ella también  la primera que me hizo rechazar una historia. Rechazarla con el cuerpo. Apartar el libro de mi vista, dejarlo a un costado de la cama, intuir un desenlace demasiado espeluznante como para seguir leyendo. Pero al rato sí, animarme a leer, habiendo tomado ya la distancia necesaria. Eso me pasó con El nuevo frankenstein o cuento de pasado mañana, terrible cuento del libro Los desmaravilladores.
Ayer volví a leer precisamente el cuento que da nombre  a ese libro. Esta vez no me gustó. Es  la historia de una niña hija de desaparecidos que se reencuentra con su familia gracias a que azarosamente, durante un viaje, se cruza con una niña que es idéntica a ella, su reflejo. No me gustó cómo está planteado el contexto. Hubiera sido muy interesante poder debatir con Elsa sobre esto. ¿Buscó una simplificación en pos del destinatario infantil? ¿Fue presa de un relato de época (ni más ni menos que la teoría de los dos demonios) que ya ha sido revisado, corregido, superado? No lo sé. Quizá hoy quiera justificar a Elsa. Porque ya no está, porque yo ya no soy una lectora niña, porque fuimos una en el encuentro mágico de la literatura.

sábado, 18 de mayo de 2013

quién sabe



¿Por qué son contagiosos los bostezos?
¿Qué es la risa?
¿Por qué la mesa se llama mesa
                                                   y no
                                                         silla?

¿Dónde se esconden los objetos perdidos?
¿Quién inventó el primer trabalenguas?
¿Por qué el tiempo a veces vuela
                                                     y otras veces
                                                                          tortuguea?

¿Qué día, de qué mes,
de qué año y en qué horario
                  – por una de esas casualidades –
                                          nos cruzaremos en el barrio?

¿Con qué voy a soñar cuando me quede dormido?
¿Cuál será mi próxima sorpresa?
¿Se imaginan
                       qué aburrido
                                           tener todas las respuestas?